WILLIAM BUTLER YEATS (IRLANDA, 1865-1939)

La madre de Dios


Amor tres veces terrible; llamarada caída
Por el hueco de su oído;
Alas que resuenan por la estancia;
De todos los terrores el mayor: que yo lleve
Los Cielos en mi vientre.


¿Por qué no había encontrado contento entre los asuntos
Que toda mujer conoce,
Rincón al fuego, senda en el jardín,
O cisterna de roca donde lavamos la ropa
Y nos reunimos a charlar?


¿Qué es esta carne que compré con mis penas,
La estrella caída que mi leche sustenta,
Este amor que detiene el latir de mi sangre
O con súbito escalofrío golpea mis huesos
Y hace erizarse mis cabellos?

Plegaria por la vejez


Guárdeme Dios del pensamiento
que el hombre piensa con la mente sola;
para cantar una canción perenne
hay que pensarla
en la más honda médula del hueso.


De todo aquello que asegura
loor a la prudencia de los viejos.
¡Ah, quién soy yo para temer el riesgo
de que me llamen loco, en aras
de una canción!


Rezo —pues la moda es efímera,
y vuelven a privar las oraciones—
porque los años, aunque muera viejo,
me conserven la cálida apariencia
de un insensato,
  de un apasionado.